Érase una vez una pequeña aldea en la que vivía
una tortuguita que se llamaba Verdeconcha. Verdeconcha era muy curiosa y lo que
más le gustaba era aprender a hacer cosas nuevas. Un día su mamá se la llevó a
su trabajo, un taller donde todos cosían botones.
-¿por qué cosen tantos botones mami?- preguntó
Verdeconcha con curiosidad-.
-Pues no tengo ni idea pequeña; pero aquí siempre
hay botones para coser. Sólo sé que van a una aldea en la que hacen ojales.
Verdeconcha empezó a curiosear por el taller y una
gran caja llamó su atención. Asomó su pequeña cabecita de tortuga y vio cientos…
miles… ¡millones de botones! Había botones rojos, verdes, azules, con flores,
con rayas… Cuadrados, redondos, triangulares, con forma de corazón, de flor…
Había botones de cristal, de coral, de madera, piedra… Todos los botones del
mundo estaban allí.
-¡Mamá yo quiero coser botones!- exclamó
Verdeconcha entusiasmada.
-Está bien, siempre que hagas tus tareas del cole
primero.
Desde ese día Verdeconcha hacía sus tareas sin
perder ni un minuto para ir a coser botones. Pero por más que su mamá le
explicaba cómo hacerlo, a la tortuguita no le quedaban bien cosidos. Le
quedaban torcidos o demasiado flojos y se caían de la tela. Otras veces los
apretaba tanto que quedaba un gurruño arrugado alrededor del botón. Verdeconcha
no conseguía que le saliera bien por más que se esforzaba.
-¡Soy una torpe! Todos cosen bien los botones y
en cambio yo…- dijo pesarosa-.
-No eres torpe cariño. A lo mejor lo tuyo no es
coser botones. A todo el mundo no se le dan bien las mismas cosas- contestó su
mamá intentando consolarla-.
-¡A todo el mundo se le da bien menos a mí!- arguyó
muy enfadada consigo misma-.
A pesar de lo mucho que le gustaban los botones Verdeconcha
dejó de ir al taller y se sentía muy mal por no ser capaz de hacer algo que
todos hacían bien.
Un día vino a visitarla una tía lejana a la que había
invitado su mamá.
-Tu mamá me ha contado que estás pesarosa porque
no se te da bien coser botones… ¿Por qué no te vienes conmigo unos días? Hay
algo que me gustaría que vieras- dijo la tía de Verdeconcha.
La tortuguita aceptó la invitación, así se
olvidaría por un tiempo de lo torpe que era. Cuando llegó a la aldea de su tía
descubrió que allí era donde hacían ojales. Su tía quiso llevarla al taller de
los ojales; pero Verdeconcha no quería ni oír hablar de ello. Bastante había
tenido con los botones.
Mientras su tía estaba en el taller de los ojales
trabajando, Verdeconcha se entretuvo con unas telas que encontró. Empezó a
coser unas ranuritas entre raya y raya, o entre flor y flor. Cuando llegó su
tía y vio el trabajo de Verdeconcha dijo:
-¡Madre mía! ¡En mi vida he visto unos ojales tan
perfectos como estos! ¿Quién te ha enseñado?
-Nadie. Sólo me estaba entreteniendo un rato y me
ha salido esto- contestó Verdeconcha-.
-Pues “esto” son ojales, ¡los mejores ojales que
he visto jamás!-.
Verdeconcha sintió mucha alegría al comprobar que
ella también era buena haciendo ojales. Desde entonces hace unos ojales
preciosos en los que abrocha sus botones preferidos.
Y naranja anaranjado este cuento ha terminado…
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